Abuelo, quería decirte que la puerta del frente siempre la voy a dejar abierta. Y fuiste vos el que me enseñaste la yaya, vos la tomabas con vino, pero yo sola, supongo que para acompañarte. No voy a olvidarte nunca, porque tus manos abrasadas por la psoriasis y tus anecdotas de caballos, de cambios que me acontecian de chico, las comidas y las partidas de la escoba que siempre me ganabas son cosas que no puedo olvidar.

Por suerte siempre te abracé, y si, quizá piense que no fue suficiente, pero creo que nunca hubiera sido suficiente.
Ahora te fuiste, pero yo voy a seguir, cargando ese sifón y riéndome. Porque se que te alegraba mucho eso.

Te quiero abuelo.