Como si lucieran un vestido roto mis palabras tropiezan. ¿Qué viveza alumbra la sulfurica muestra de noche, de vicio y correspondencias? ¿Que lustro ha pasado desde que he muerto y he visto la idea inicial? La he visto, la he tocado, la he imaginado y no he podido resisitir. Quiza sigo vivo en esa cabaña en la montaña, quiza sigo charlando con la causa inicial, con el tiempo y el topos. ¿Pero por que mi mano existe para escribir? ¿Por que pueden las palabras ser reflejos de algo?

Abre los ojos querida Ofelia, se el ministro de mis idealizaciones. Cree en lo que te digo sin preguntar porqués.
Hoy he visto como una señora barajaba las cartas en el almacen de Distrés. Sin usar los ojos ni sus manos ella abarajaba los aces, las picas, los treboles. Ella abajaraba sin pensar en su viudez, ni en el automatismo de la espera de su orden. Abarajaba sin temer por la muerte de sus padres ya fallecidos, sin temer su propio fin, sin pensar su creacion, ni su existencia, ni su tiempo, ni su meta. Abarajaba por inercia, por sed, por lujuria.

El dueño de los ojos grises le llamó la atención.