Volvía, con un lagrimal intenso adentro suyo. Un vacío que crecía cada vez que miraba alejarse las ventanas del lugar que dejaba para volver a su hogar. Vaya a saber uno como los domingos nos afectan al punto de estacar nuestro pecho a un lugar, que nublado se ha puesto, que poco florece el jardín. Sus ojos brillaban como si las luces del lugar no existieran, como si la inmensidad absorbiera los ojos de demasiados pasajeros y no lograra absorver los de él.
Una mujer lloraba, levitando en una nube quebrada, que poco a poco se iba desasiendo, se iba volviendo polvo y no había escena más triste, no había algo tan terrible como ella, con su mundo roto y sus manos sueltas.
—¿Caía en aquel domingo? ¿Le daba vueltas el asunto una y otra vez?— preguntaba un transeunte, un loco del bolso en la mano, un sin lugar, un sin tiempo y un sin sueños.
—Si, ¿Pero que hubiera hecho? — me invadí a mi mismo.
Las calles a tierra, mojadas por la lluvia, el cielo nublado, un nublado obcuro circunstancial, parecia ser una gran aureola que escondia algo, quiza un sol demasiado brillante, tanto que nos demostraba que estaba ahi aun cuando las nubes lo tapaban. Caminé por esa calle un buen rato mirando el cielo, camine por ese cielo mirando esa calle mojada por un largo rato hasta que me halle en frente a una niña de ocho años.
Se llamará Lila o Elisa, después de todos es hija de ambos.
—Hola —dijo el infante como si sus palabras se interpretaran por un traductor de otra cultura o de otro tiempo, lo dijo como si supiera todo de mi, me molesto, quise huir, pero no pude.
—Hola pequeña, ¿Como te llamas? —no me respondió, pero esperé a que su traductor imaginario funcionara y asi fue.
—Me llamo Elisa, soy la interpretación suya de la irrealidad del asunto. —quede petrificado.
Supongo que mi mano ha escuchado de Julio y Jorge, dos grandes escritores que han logrado lo que nadie, dos grandes padres de la creación literaria, yo no soy ni un cordón mojado pisado por sus zapatos. Y de esa forma lo que escriba no tiene que buscar lo que ellos alcanzaron, sino flamear una especie de bandera en un barco que no se conoce aun por el mundo.
—¿La irrealidad del asunto has dicho? —Los ojos de la niña murieron y resucitaron tres segundos.
—Ajam, querido. No seas desentendido, te lo has dicho multitud de veces, te lo has planteado dormido y has soñado con murales pintados, con velas derretidas.
—Elisa, ¿Sabes porque el cielo aunque obscuro se vuelve rojos y hasta violetas?
—Creo saberlo y usted también. Hableme de usted, dígame como se llama o cual es el numero de sus zapatos. Quédese tranquilo, no lloverá por unos minutos, pero en doce minutos si lo hará.
Ella misma rodeaba sus ojos como leyendo lo que ella misma decía, aunque me trataba mal, me miraba con ojos tristes, me quería, ella me quería y yo me encontraba estancado en un lapso, esperándola sin razón.
—Soy Ludwig, 43.
La irrealidad del asunto es un titulo que insinuaba una situación en la que yo no cabia, donde yo no entenderia nada o donde no tendría forma de corresponder a la gente. Terminaría por escapar, por ser desterrado de ese circulo intimo o por desplazarme hasta volverme parte del asunto.
Después ella dijo algo que me acomodo, me logro adaptar a lo que ella me intentaba decir, Elisa era hija mia, e intentaba recordarme cuanto la he perdido.
—¿Recordas a mamá?
—La recuerdo como un símbolo de mi vida, después de ella nada fue igual, todo fue un error dibujado por mis estúpidas ideas de lo que necesitaba. Perdóname Elisa, todo esto es mi culpa, el hecho de que hoy estés caminando sola en la lluvia, que Lorna llore sola en la oscuridad. ¿ Podrás perdonarme? Quizá no hoy ni mañana, pero algún día, tendida en la hierba pienses que realmente son cosas que pasan.
El tiempo como una burbuja, el amor como una incredibilidad y el odio como una salida fácil.
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