Volcando el tiempo en mis ojos logro ver fríos fantasmas que elijen distintos soles. Me encuentro aquí, esperando a que vuelvas, ya necesitaba tu humo, tus nubes. Quiero verter el tiempo en tu regazo y volver a respirar las hojas de hierba. Alumbrar mi camino solo con velas apagadas mientras el crepúsculo muere y las mariposas se esconden. Entrar a escuchar la historia ajena y ver como caen lagrimas de techo. Dejarlas caer, mientras un espejo sonríe. Veo la hora, es hora de salir, el tren me aguarda.
En la noche suele acercarse a la mesa de luz, desenvolver un cuaderno que guarda en algún cajón y posicionar el lápiz en un cuadrante inicial, dispuesto a comenzar un relato. Al iniciarlo, comienza una especie de triada en la que peligra su temple, su bienestar, ya que el hecho irrevocable de que lo que escribirá estará rodeando metafóricamente lo que realmente piensa de las personas lo consume.
Al terminar, relee dos veces y purga las demoras, excesos de comas, palabras débiles. Coloca las tildes, no todas. Se sienta pensativo para colocar sus manos en sus rodillas. Arruga el papel, se acerca a la chimenea y lo asesina.
Sus amigos no merecen eso.
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