Naranjas desgajadas.

Es Julia resentida en la puerta del hotel. No es el caso típico, quizá Ilus se la imaginaba lloviendo y con lagrimas en los ojos, pero era una tarde preciosa y sus dientes brillaban. Había venido a pedirle que le devolviera una vieja carta que habían recibido cuando convivían, firmada por su abuela días antes de su fallecimiento por intoxicación. Ilus la notaba un poco más pálida que antes, pero además de eso nada, ninguna tristeza, ningún resentimiento y esto, considerando el tiempo perdido, era una flecha terrible en los soliloquios eternos de Ilus. Se paro recto y hablo con ella acerca de la carta perdida, la invito a pasar y ella acepto con gusto, subieron en silencio, algo que duró largos minutos.

Ella se distraía moviendo sus manos para evitar pensar en la débil y patética situación que vivían ambos. El la miraba fijo, todo el tiempo, hasta que tomo una naranja de la cocina y se ocupo de desgajarla. No encontraron la carta, ni la buscaron.

Al salir, antes de desvanecerse, Julia dice una palabra insignificante pero en voz alta, una sola palabra que en ningún caso podría tener sentido allí, una palabra que bastó para que Ilus sufriera durante unos años más el hecho de no haber encontrado la carta para que ella se quedara un rato más, quizá tomar un café y hablar de que pasó.


Quiero cuentos