Si juzgaba maniquíes de ceniza o no, a nadie le importaba. Quien ofrecía los servicios lo allanaban intentando recuperar su alma. Hoy por hoy se lo suele ver inserto en un sueño eterno. La claridad de sus ojos embarra su mundo, sus amigos y el pueril uso de su guitarra. Y sin embargo un rato cada día, después de salir de la cochera de Luisito, se fuma un pucho y quiere volver a comprar un Falcon, recorrer la 86 con alguna prostituta de turno para salir del antro que significa el suelo que se pisa. Todo destino se vuelve un antro mediante el tiempo pasa. Allí lo ves, arrojado en la recamara, irrealizando un libro en su cabeza llena de pelusas.
Con su mano se revuelve lo que seria la caracterización de los personajes y algunos detalles de final. Ojea su muñeca, alternando la mirada entre la claridad del sol que se filtra por la persiana y la oscuridad del antro que intenta sacar a relucir un pequeño hombre, que puede repararse o no.
Y si no se puede, se escribirá el final más poético para él.
Publicar un comentario